miércoles, 10 de septiembre de 2008

WILLY "VIVIENDOMOZAMBIQUE"

Con el permiso de Willy (bueno, el permiso de Raquel!) aquí os dejamos, en sus propias palabras, lo que ha supuesto para él:


Ya he vuelto de Mozambique, después de pasar 20 días intensos junto a cerca de 100 niños de la Fundación Khanimambo. Ha sido increíble ¡y ahora estoy descolocado! Pero, antes que nada, si tuviera que destacar algo de toda esta experiencia, ha sido aprender una cosa brutal: que, desde los ojos de esos niños, el mundo tiene sentido, el mundo tiene futuro.

Da igual cuál sea la realidad que te rodee, la historia que arrastres, el modo de vida que lleves, la cultura que mamaste, el aspecto que tengas, los deseos e intereses que albergues. Cuando niños, todos los seres humanos somos iguales. Todo está por hacer y nadie es mejor ni peor. Sólo los niños son inocentes. Sólo los niños reciben la realidad con las manos limpias y el corazón por estrenar. Sólo los niños reaccionan con una bondad sincera, automática. Sólo los niños responden a su incertidumbre confiando en los demás. Sólo los niños están ocupados en vivir sin rencor la vida y no en entenderla hasta que a uno le hagan justicia.

Por eso, menos mal que muchos de los que ya no somos niños, alguna que otra vez, somos capaces de volver a sentir como ellos. Y cuando lo hacemos, podemos ser capaces de recordar que una vez fuimos niños y de comprender cuál es el mundo que ellos ven. Un mundo donde todo está por conocer, por dibujar, por colorear, por descubrir, por moldear, por hacerlo al gusto de ellos: un mundo divertido, alegre, curioso, sorprendente y accesible a todos los que quieran jugar juntos. Pues bien, en Mozambique hemos podido volver a la infancia. De lleno, de bruces, de golpe, ¡y ha sido una pasada…!

Ahora, de regreso, vuelvo a ser adulto, ¡también de golpe! Y es duro, muy duro, pero también lo esperaba, así que seré capaz de sobrevivir. Es más, siento fuerte dentro de mí todo lo que he sentido y aprendido y eso me reconforta y me impulsa hacia delante. Desde la cabecita de alguien mayor que hasta hace unos días apenas tenía 8 o 10 años, puedo comparar y soñar que el mundo tiene una posibilidad. Porque mientras existan niños, y sólo cuando aún sean niños, tenemos la posibilidad de revertir el sentido injusto de la flecha del mundo. Con ellos, es como si cada día tuviéramos una posibilidad antinatural de poder empezar de cero.

¡Ufff…! Para mí ha sido toda una revelación que se me precipita de manera clara ahora que os estoy escribiendo. ¡Ufff…! Qué fuerte, me lo voy a volver a decir de otra manera: todo aquello que dejamos escrito en la historia infame del hombre puede volverse a escribir de nuevo, ¡acaso esto no es un prodigio! ¡acaso no es increíble descubrir que a través de los niños podemos salvar el destino del hombre! Pues eso, ¡que parece que tenemos otra oportunidad!

Bueno, perdonad, ya voy al grano. Prometo no excederme en razonamientos densos y pesados. Con esta idea de fondo, ya siento que os puedo contar cómo ha sido mi vida real durante esos días.

Como os decía al principio, hemos estado cada día con decenas de niños que están becados por esta fundación. Raquel y yo, así como otras 2 chicas voluntarias (María y Miriam), nos hemos estado levantando temprano cada mañana para ir a casa de Alexia, la responsable del proyecto, y para pasar allí todo el día junto a esos niños.

Una vez allí, nos entregábamos por entero a juegos, deportes y otras actividades durante horas, mientras veíamos cómo el sol, cada día, recorría todo el arco del cielo hasta que nos pillaba la noche. De 8:00 a 18:00, sin pestañear, con la mente desbordada por inventar continuamente el próximo juego y disfrutando como enanos mientras hacíamos el “trabajo” más bonito que pueda existir: hacer sonreír a un niño.

Lo increíble de toda esta experiencia ha sido comprobar cómo, ante un juego, un niño olvida su pesada carga, su penosa historia, y sólo se comporta como un niño. Cuando uno ha estado con ellos tan metidos en sus juegos, riendo, saltando, empujando, yendo al suelo y volviendo en pie, uno tiene que hacer un esfuerzo considerable para recordar quiénes son realmente esos niños, para recordar cómo son realmente sus vidas: la mayoría son huérfanos de padre y madre. Viven solos, completamente solos. En mitad del campo, todos los días, sin mayores a los que recurrir para nada. Y cuando unes la palabra niño a las de vivir solo, el resultado es descorazonador.

¿Cómo creéis que pueden vivir estos niños en esas circunstancias? Pues sin infancia, totalmente castigados a superar la muerte que les acecha en cada esquina en forma de hambre, tristeza, suciedad y desesperanza. Abandonados ante la necesidad de buscarse cada día un alimento con los medios de los que dispone un niñito solitario. ¿Y qué me dices de cuando son varios hermanos y tiene que ser el mayor quien cuide de los demás?

Eso significa que algunos de los niños con los que estuvimos jugando allí, que podían contar con 11 años, también tenían que cuidar de sus hermanitos más pequeños, con los que también jugábamos. Y todo eso, ¡con sólo 11 años! ¿Os podéis imaginar en qué puede consistir un día en la vida de estos niñitos? Con esos cuerpos menudos, esa falta total de orientación, de conocimiento, de entendimiento a todo lo que le rodea, tan chiquitines… ¡joder, muy fuerte…! Sin embargo, allí los veías en la casa de Alexia, todos mezcladitos, sin distinción, con la misma predisposición a la sonrisa, a compartir los resquicios de su inocencia que aún permanecen a salvo.

Cuando aparece una de esas sonrisas, por las que tanto lucha Alexia, es cuando la luz se abre paso ante la oscuridad de un destino cruel e injusto que es al que están condenados a sufrir para siempre. Y es que con la beca que los padrinos les conceden a cada niño, no sólo pueden ir a la escuela (pago de la matrícula, del uniforme y del material escolar), sino que la Fundación tiene la obligación de buscarles la compañía de un adulto que se responsabilice de su cuidado en aquellos aspectos relacionados con hacerle la comida, procurarle cambio de ropa o mantenerlos limpios. ¿Y sabéis qué? Que con ese poquito dinero de cada beca, ese vecino o familiar que los acoge y ese seguimiento que hace Alexia personalmente de cada uno, se consigue que el niño recupere su condición y vuelva a ser niño como lo hemos podido ser cualquiera de nosotros. ¿Creéis que hay esperanza para salvar las vidas de estos niños huérfanos que viven en la más absoluta soledad sin que importen a nadie? Pues claro que sí… ¡es una gozada comprobarlo en persona!

Por otro lado, dice Alexia que todos los chicos que han ido entrando en el proyecto lo hacen con una cosa en común: que ninguno sonríe. Pero cuando ya llevan un tiempo y se van relacionando entre ellos, cuando ven que tienen asegurado lo mínimo para su supervivencia y que allí, por la casa de Alexia, tienen tiempo para jugar con los demás, es cuando sueltan lastre de toda su pena contenida, aflojan toda alarma de peligro y se entregan como uno más al juego de turno. ¡Y es cuando aparece esa primera sonrisa! Ella dice que a partir de entonces son niños de verdad. Que su primera sonrisa es el gran cambio inexorable de sus vidas.

Y así se nos han ido las semanas: inventado juegos y actividades, y riéndonos con los niños a cada rato. Les hemos abierto los ojos a nuevas diversiones, al igual que nuestros mayores nos lo abrieron a nosotros cuando fuimos niños.

Entre estas diversiones, ha habido un juego que les ha gustado especialmente: la carrera de chapas. ¿Os acordáis de cómo era? Lo increíble es lo poquito que hace falta para jugar: 6 chapas de botella usadas, un suelo de arena, y unas manos para hacer un recorrido sobre esa arena, ¡y ya está…! Pues no os podéis imaginar lo que se volcaban para jugar. Por turnos, ahora me toca a mí. A ver cómo se tira con la chapa. Ay, me he salido de la curva. Le he pasado por encima. No voy el primero pero casi. A volver a empezar… y así, una y otra vez…Y ya lo estoy viendo, ¡en breve, se organizará la 1ª Liga Khanimambo de Carrera de Chapas!

Como las chapas, hemos hecho infinidad de actividades. Ahora que vuelvo la vista atrás, me sorprendo descubriendo que se nos ocurrieran tantas cosas que hacer, con la de tiempo que hace ya que no somos niños. Y no sólo juegos, sino de todo: bolos, carreras de sillitas, carreras de cangrejos, carreras de carros, canciones, bailes, tablas de gimnasia, la lima, la comba, las palmas, tanda de penaltis, mini-partidos de fútbol, corros para pasar el balón de mil formas, el pañuelito y… ¡hasta un taller de música de percusión con todo lujo de detalles!

Con este taller, aunque fue muy sencillito, nos pusimos muy contentos. Sobre todo, porque se nos fue ocurriendo sobre la marcha y porque, poco a poco, fue tomando forma y los niños, aunque no lo veían claro al principio, cuando ya teníamos los instrumentos construidos y un par de piezas practicadas, acabaron por divertirse como enanos.

Para este taller, pillamos a unos 20 niños y los dividimos en grupos para que buscasen material usado por la zona, como latas, piedras, palos, bolsas y ramas de cañizo. Después, les ayudamos a que ellos mismos se fabricasen sus instrumentos de manera casera (maracas y distintos tipos de tambores). Finalmente, mezclamos a los niños de distintas edades para configurar la orquesta e hicimos varios ensayos previos hasta que llegamos a la puesta en escena final que fue recibida por aplausos y ovaciones de un público rendido compuesto por Alexia y otros 10 niños más. En fin, ¡que hicimos el mono y nos lo pasamos genial!

Además de todas estas actividades, también hicimos otras dos cosas principales: sesiones interminables de dibujo y pintura, por un lado, y la decoración de la escuelita (la escolinha Khanimambo que se llama), por otro.

Con respecto a la escolinha, tuvimos la oportunidad de hacerle algunos arreglos al acabado y de contribuir a su decoración. Fue muy gratificante porque nuestro trabajo supuso como una continuación del que ya hicieron otros 2 voluntarios que habían estado el mes anterior. Ellos ayudaron en la construcción de la escuelita: un chamizo de paredes muy finas y techo de uralita. Y ahora llegábamos nosotros para darle un toque final y llenarla de colores.

Para estos arreglos, me estrené en el mundo del obrero y de la construcción y aprendí de prisa y corriendo cómo elaborar una mezcla de cemento. A allí me teníais que ver, juntando arena, cemento y agua, y removiendo dentro de un carrillo de mano. Y después, con la paleta, a untar y a alisar. Total, toda una experiencia que me demostró, cómo no, que siempre las cosas son más complicadas de lo que parecen. De hecho, ya me ha quedado claro que no tengo futuro alguno en esta rama profesional porque el cemento que untaba apenas aguantaba en pie unos segundos. En fin. Lo importante es que pudimos contar con ayuda y al final todo quedó muy bien.

Después de reforzar las paredes con cemento y de darle una capa de pintura blanca a esos arreglos, tocó meterle mano a la decoración. Y ahí es donde brilló el arte inigualable de Raquel y de Miriam. Derrochando imaginación y alegría, se liaron a pintar mariposas y margaritas de colores por todas partes ¡y hasta pintaron un macaco subido a una palmera, con su solete detrás y todo! Después, pintaron de verde claro todas las vigas y postes de las paredes, así como las dos ventanas que había, con lo que lograron un contraste con el blanco muy favorecedor. Desde lejos, parecía una casita de cuento. Para rematar, en las paredes por dentro, le dieron al ambiente un toque de lo más pedagógico y pintaron un abecedario y los números del 1 al 10. Eso sí, todo en colores muy alegres y con mucho, mucho estilo. ¡Un aplauso para ellas que han dejado la escuela preciosa!

Porque, justo es decirlo, no sólo podíamos arrumar a los niños con juegos. También teníamos que ocuparnos de su entorno y de sus infraestructuras. Y no sólo de que cuenten con más o menos recursos. Y es que, una cosa que aprendimos con la decoración de la escolinha, es la importancia y el poder que tiene la belleza para despertar la ilusión y las ganas de cambiar a mejor. ¿Acaso es lo mismo cuatro mesas en un chamizo donde repasar las tareas y las lecciones de la escuela, que una casita alegre y amigable donde olvidarse de las historias penosas de cada uno para concentrarse en el estudio? Pues eso, la belleza, lo bonito, la estética, el aspecto, elevan el nivel de dignidad que el ser humano pretende alcanzar y despiertan bríos renovados que permiten superar las dificultades con mayor ánimo.

Además de la escolinha, el otro plato fuerte de nuestras actividades fueron las sesiones de pintura y dibujo. Fue algo exagerado lo que les gustó. Fueron varios días en los que acabábamos rodeados de niños, sentados por el suelo, pasándoles dibujos que calcábamos de unos cuadernos, para que ellos los pintaran de colores. Un dibujo tras de otro, sin cesar.

Al principio, les dimos lápices normales pero cuando descubrieron las acuarelas y les conminamos a que la utilizaran con los dedos, todo se desbordó. Ya no dimos abasto. Todo el rato dándoles dibujos, ellos llenándolos de pintura y, muy enseguida, ellos de nuevo pidiendo más dibujos. En fin, somos unos auténticos maestros del calco. Luego, aprendimos sobre la marcha una manera de hacer sostenible este recién estrenado taller de dibujo y pintura: a los más mayores les pasamos los cuadernos para que ellos mismos calcaran los dibujos. Y funcionó, ¡vaya si funcionó! Por último, dejamos a un lado las pinturas y ya sólo nos dedicamos a darles hojas en blanco para que todos, grandes y pequeños, calcaran. Finalmente, muchos de ellos optaron por dibujar al natural y gracias a eso, pudimos detectar grandes dotes artísticas entre algunos de los niños.

Con este taller de pintura y dibujo es con lo que quisiera acabar este escrito (me propuse escribir no más de 4 folios, ¡y lo cumpliré!). Nos dejaron impresionados por las ganas que tenían de pintar y de dibujar. No sólo es que quieran jugar y divertirse. Es que siendo niños, tienen necesidad de crear, de investigar, de probar, de dar forma y color a una página en blanco. Con ese impulso creativo bien grabado en mi retina, hete aquí que volví a España, en concreto a Cádiz, a estar con mis amigos y con mi familia y, ¿con quiénes coincido durante esos días…? Pues con mis dos sobrinas y con los niños de la novia de mi hermano. ¿Y a qué les dio por entretenerse desquiciadamente hasta el punto de que se picaron entre dos de ellos para ver quién hacía más y quién lo hacía mejor? Pues, ¡a pintar y a dibujar, por supuesto! ¡igualito, igualito que los niños que acababa de dejar atrás hace sólo unos días! ¡Uno niños de allá tan lejos pero en verdad, desde sus ojos de niños, de aquí tan cerca! ¡Igualitos unos que otros, totalmente igualitos…!

Así que, ¿a qué esperamos para darles a los niños del mundo su oportunidad? La gran pega de todo esto es que el mundo está regido por adultos. Y que esos niños, a la primera de cambio, si no les ponemos medios, enseguida lo son también. ¿Creéis que la ternura de un niño podrá estremecer a un adulto justo antes de que éste tome una decisión injusta, una decisión egoísta, una decisión cruel? Al menos, cuando son niños, tenemos la oportunidad, la única oportunidad, de darles una educación a tiempo y de inculcarles una serie de valores sobre la dignidad, los derechos y los deberes de los seres humanos, que recuerden y sientan para el resto de sus vidas. Esta es la única manera de que, cuando crezcan, puedan encontrarse con esos valores y, en consecuencia, obren por ayudar a otros niños que, como ellos, cayeron en la misma desdicha de nacer en el sitio y en el momento equivocados. Yo, a partir de esta experiencia en Mozambique, vuelvo a creer en el futuro de la humanidad. Y sé donde está y cómo tocar ese futuro: ¡son niñitos negros que viven y juegan en Xai-Xai!

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